La neblina de la mañana que flota sobre el Paraná hace todo aún más confuso. Más de cien personas forman una fila para hisoparse. La hilera desemboca en la gigantesca carpa de un circo, que es de color blanca con ribetes azules y amarillos. Dentro de la carpa hay médicos y enfermeros con barbijos, máscaras y capas celestes.
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La escena parece de un film de Agnes Varda. Es real, pero absurda. Dentro de la carpa, que prestó el circo Rodas al gobierno de Santa Fe, hay médicos que testean a los pacientes que tienen síntomas de Covid-19. Está ubicada frente al Monumento a la Bandera, a la vera del río Paraná, donde Gladis Almirón, una vecina del barrio de Aberdi, está en la fila desorientada, aunque afina su ironía: “Llamé para hisoparme y me mandaron a un circo”. Sonríe, pero las cifras de contagios ennegrecen la sátira: ese martes 18 de mayo los contagios registran un récord en el país: 35.543 nuevos casos y 745 muertes por Covid. Ayer, los fallecidos totales se acercaban a 80.000.
El circo Rodas prestó esa carpa al Estado porque necesitaban montar al aire libre un lugar para realizar los test de Covid. Los hospitales y sanatorios están colapsados. También los centros de testeos, como el que funciona en el hipódromo del Parque Independencia, donde la fila de autos se extiende por más de 10 cuadras. “Fue una acción solidaria en este momento tan crudo”, explica Marcelo López Lanza, gerente del Rodas.
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Ese gesto se impuso ante la imposibilidad de que el circo pueda funcionar, a causa de las restricciones que se endurecieron a fines de marzo tras la llegada de la segunda ola, que dejó otra vez a 87 artistas con sus familias varadas, sin poder trabajar.
Dos carpas
Hay dos carpas de circo montadas actualmente en Rosario: una con médicos y enfermeros que hacen hisopados y otra, la principal, de color negro, con artistas desocupados.
“En la Argentina te miden la fuerza y el poder de daño. Nosotros no vamos a cortar una calle porque no podemos trabajar. Lo que sabemos hacer es actuar”, advierte López Lanza y recuerda que “el circo Rodas nació hace 38 años, pero comenzó a funcionar a pleno desde hace 12”.
El espíritu itinerante del circo parecer haberse resquebrajado con la pandemia. Todo lo que se mueve genera riesgo. Es un espectáculo que tiene como particularidad y atractivo que sale a buscar el público en cada ciudad a la que llega, en una época en la que todo debe estar estático, paralizado, porque el peligro acecha con el movimiento de las personas.
Los artistas sólo alcanzan a sobrevivir desde hace más de un año. Cuando se habilitó la circulación algunos decidieron ir a buscar un rebusque en la calle. Otros resisten. “No puedo hacer eso, porque me preparé toda la vida para actuar en un escenario”, aclara Chuchoca, un payaso que nació en Chile hace 59 años, un país que tiene una tradición circense muy fuerte. Hace cinco años se sumó al circo Rodas, el más grande de Argentina, donde actúa con su hijo de 18 años Cachipuchi, que además de payaso es músico.
Chuchoca se aferra a su convicción de que lo suyo es el escenario pero la situación es cada vez más acuciante. “No es lo mismo un espectáculo en un circo que en un semáforo. Nosotros trabajamos toda la vida para esto. Nos capacitamos, ensayamos y creamos un espectáculo”, argumenta en diálogo con LA NACIÓN con su rostro pintado, sus pómulos blancos y la boca roja. Viste un traje colorido, amarillo y rojo, con pantalones enormes, como un payaso clásico.
Sin risas
La pandemia apagó sus risas. Los payasos viven en una casa rodante, que desde que comenzó a azotar el Covid-19 en el mundo, está fija, se movió muy poco, sólo desde Berisso a Rosario. “La gente va a seguir teniendo la necesidad de reírse, es un impulso natural”, desafía el payaso más joven, que pertenece a una familia circense que la pandemia separó. “Mis hermanos son trapecistas y malabaristas, están en Francia y en China. Nos veíamos una vez al año. Pero ahora es imposible reencontrarnos”, reconoce.
Hicieron unas pocas funciones en marzo en Rosario, con el 30 por ciento de la capacidad, como establecen los protocolos, y luego se volvió a complicar todo con la segunda ola, y el circo volvió a cerrar y quedaron otra vez varados, ahora en el parque Scalabrini Ortiz a pocos metros del río Paraná, en Rosario.
“Habíamos hecho una temporada muy exitosa en Mar del Plata el año pasado. Terminamos el 15 de marzo las funciones y el plan era ir a Berisso, donde armamos la carpa y nos instalamos, pero ahí nos agarró la cuarentena. Pensábamos, como la mayoría de los argentinos, que el cierre de las actividades iba a ser sólo de 15 días, pero nos equivocamos”, señala López Lanza.
La gigantesca carpa quedó en silencio, a oscuras, congelada. Ese ambiente mágico se transformó en algo tétrico. Cuando el circo no funciona tiene cierto cariz decadente, como los bares nocturnos que de día son descarnados y la luz deja traslucir las imperfecciones, las penas, o aquellos secretos que no se quieren revelar. En silencio, el circo deja brotar fantasmas, como si detrás de las bambalinas nadie pudiera soportar esa agonía del espectáculo paralizado. Esa vida doméstica de supervivencia en las autocaravanas no guarda
nada de brillo.
Cuando quedaron varados en Berisso tuvieron que agudizar el ingenio para poder sostener el circo. Cinco camiones que se utilizan para trasladar toda la infraestructura cuando se mueve de ciudad el espectáculo se transformaron en fletes. “Tuvimos que alquilar los camiones para poder pagar el mantenimiento del circo”, señaló Lanza. Para el empresario el circo se reinventó a lo largo de la historia y ahora lo hizo también. Recuerda que el circo era en sus inicios un espectáculo de rarezas. Después el atractivo pasó a ser los animales, pero la gente no lo soportó más por lo que hoy es un espectáculo más refinado y artístico.
“El año pasado fue muy complicado. La pasamos mal, y nos vimos obligados a reinventarnos para sobrevivir, aunque nadie estaba preparado para eso. La empresa puso sus camiones a hacer fletes, y muchos artistas salían y vendían algún producto. Iban con sus camionetas por los barrios a vender pochoclos o copos de nieve. El municipio de Berisso nos ayudó con alimentos, que fueron de gran ayuda, pero no alcanzaban”, dijo López Lanza.
Sin poder viajar
El problema era que muy pocos artistas pudieron volver a sus casas, debido a que nadie podía viajar. Aunque para la mayoría su hogar es el circo, donde viven en una casa rodante o un motorhome. Ese es el núcleo doméstico de esa vida errante que de golpe se congeló.
La empresa le suministra la energía y la seguridad. Unos pocos que tenían familias cerca de donde habían quedado varados pudieron regresar a su casa, como el matrimonio de Tobías y Vanesa, que son gimnastas y realizan un número de “percha”.
La parálisis de la pandemia también hizo peligrar el propio capital de esta clase de artistas, que es su cuerpo. No poder moverse ni entrenar fue tortuoso porque este tipo de perfomance requieren de una preparación constante.
“El problema era que no teníamos cómo sostenernos, ni poder pagar una sala de ensayo para seguir con nuestra rutina. Si dejás de entrenarte todo se terminó”, explica Vanesa, que con su pareja realizan ejercicios tres horas por día. “Se suman los complementos, porque además de una dieta y un cuidado físico muy importante debemos trabajar como mínimo una hora y media en un gimnasio”, señala Tobías, un joven alto, musculoso, vestido con un traje ajustado a su cuerpo.
A su lado, otra pareja Estefanía y Matías, que son acróbatas, pasaron por una situación similar. “El circo se transformó en una forma de vida desde que decidimos dedicarnos profesionalmente a esto. Volvimos con nuestra familia y tuvimos que poner un negocio para sobrevivir, porque con el circo no se podía. Pero a su vez seguíamos ensayando, porque pensábamos que alguna vez regresará la normalidad y volveremos a ser artistas. Parecía que todo mejoraba en marzo, pero otra vez quedamos varados”, cuenta Matías en el escenario del circo que está oscuro, aunque el aroma a aserrín que tapiza el piso y tapa el pasto persiste.